JESÚS ANTE PILATO

CONVOCATORIA INNOCÁMARAS 2023 – SORTEO – CÁMARA ALMERÍA
18 enero, 2023
Subvenciones a personas jóvenes andaluzas o residentes en Andalucía, para poner en funcionamiento proyectos empresariales en Andalucía (Programa «Innovactiva»).
22 mayo, 2023
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Según el Evangelio de Juan cuando Pilato entregó a Jesús a las autoridades judías para que lo crucificaran ordenó expresamente poner sobre la cruz  una tablilla ( el “titulus crucis”) y escrita por el propio Pilato, en hebrero, latín y griego «Jesús Nazareno, rey de los judíos». Cuando los sumos sacerdotes protestaron indignados, la blasfemia que tanto temían publicada nada menos que en tres idiomas para todo el que quisiera pudiera leerla, sobreviviendo así al olvido. «No escribas «rey de los judíos», sino que ha dicho «yo soy el rey de los judíos», el prefecto les contestó casi con desprecio: “Quod scripsi, scripsi”, («Lo que he escrito, escrito está»).

Gesto burlón o simple necesidad formal de publicar la causa de la condena. Hay algo extraño o enigmático en el proceder del procurador en todo el episodio del procesamiento y condena de Jesús. El todopoderoso prefecto romano (¿no sabes que puedo soltarte y crucificarte?), no parece por su actitud en el interrogatorio el escéptico, calculador e implacable Pilato que nos retrata Nietszche (el «noble sarcasmo de un romano ante quien se produce un abuso vergonzoso de la palabra verdad»), o según Anatole France, el afamado escritor francés, que se lo imaginaba ya viejo relatando anécdotas de sus servicios por las lejanas provincias del imperio, sin nada en su memoria del inane episodio del judío al que  mandó crucificar, como si no mereciese ser recordado, el cínico prócer romano… nada verosímil dadas las consecuencias.

De Poncio Pilato sabemos poco, ni siquiera su nombre completo, puede que Lucio o Tito, pero ¿realmente conocemos algo de los miles de prefectos de la vieja Roma?. Podemos incluso imaginar cómo era físicamente, lo cual es mucho. Lo reconocemos con su cabeza romana, orteguiana, de frente ancha y forma redondeada, que hemos visto en tantos bustos y esculturas,  en los pasos y tronos procesionales, en los cuadros (estremecedor el de Nikolai Nikolaevich, Cristo y Pilato de 1890), en el cine (La Pasión de Mel Gibson)… y los datos recogidos en las fuentes antiguas Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Tácito, o en los vestigios físicos arqueológicos que van brotando como maná de la tierra de cuando en cuando; así el famoso anillo de aleación de cobre que conserva aún una inscripción «de Pilato» descubierto en la fortaleza-palacio Herodión o la leyenda labrada en piedra sita en la edificación del teatro en Cesarea Marítima «Al divino augusto Tiberio, Poncio Pilato Prefecto de Judea le dedica ésto», las monedas con su escudo el libatorio y el lituo de los augures, símbolos paganos que tanto escandalizaron a los judíos  … y como no los Evangelios.

Sobre la biografía de Pilato antes y el después de su misión en Judea casi todo son especulaciones. Itálico de origen samnita (hay indicios de ancestros con un apellido similar Poncio, Pontii), su familia era del orden ecuestre, lo que le permitió entrar al servicio del Imperio y hacer carrera administrativa en provincias (el llamado «cursus honorum»). Comenzó muy probablemente como oficial en el ejército, bien tribuno o comandante de cohorte en las campañas de Tiberio en Germania, el cual una vez nombrado emperador (14 d C) pudo situar a sus fieles correligionarios en puestos destacados, uno de ellos Lucio Elio Sejano, prefecto del pretorio, hombre fuerte y mano derecha del emperador, del 14 y hasta el 31 d C cuando cayó en desgracia, pudo ser uno de los valedores de Pilato en Judea. Sejano fue siempre contrario a los judíos, adoptó medidas para expulsar la nutrida comunidad hebrea de Roma y prohibir sus prácticas rituales.

Y Pilato pareció compartir sus prejuicios, tampoco sintonizó con la idiosincracia judía. Como prefecto era su deber adaptar las condiciones de gobierno romanas a la estructura organizativa, cultural y religiosa judía y en la medida de lo posible garantizar sus ordenamientos jurídicos preexistentes y sus instituciones (el principio suis legibus).  No era fácil, Palestina era una región en ebullición política, espiritual y social, siendo el Templo el exponente tangible de su identidad como pueblo y nación, su destrucción significaría el fin de su razón de ser. Nos sorprende como en una región tan pequeña y en tan corto espacio temporal se pudo concentrar tal riqueza de acontecimientos en un clima de agitación y diversidad de estilos y opciones vitales y espirituales como en el siglo I; las clases privilegiadas, sacerdotes, escribas y ancianos;  con los saduceos a la cabeza, paradójicamente abiertos al helenismo y contrarios a la creencia de la inmortalidad del alma; los fariseos, más combativos con los romanos, su religiosidad era ritualista reglamentando hasta el absurdo lo actos más sencillos de la vida cotidiana («cumplid lo que ellos dicen pero no hagáis lo que ellos hacen»), intérpretes de la Tora y la tradición oral, ellos sí creían en la inmortalidad del alma; los esenios; con una espiritualidad acendrada vivían como eremitas en el desierto, en cuevas y comunidades aisladas frente a personas ajenas a su grupo, no aceptaban el divorcio, se repartían lo bienes, tampoco asumían la supremacía del Templo, contrarios a la violencia, sí eran anti-romanos aquí coincidían como los zelotas, pero en nada más porque éstos eran violentos, se dedicaban al pillaje y eran subversivos contra el poder, vivían como marginales de la sociedad (su más insigne representante fue Barrabás) y más allá de todos ellos, el pueblo llano, pequeños comerciantes, agricultores, vivían de una economía autosuficiente pero no inmunes a los conflictos sociales y a las diferencias económicas y la pobreza, lo vemos protagonistas de las parábolas de Jesús, indicios de una sociedad convulsa, anhelantes de un cambio de orden que todos intuyen estar por venir… y bajo un manto de profunda espiritualidad.

Los judíos, en particular sus autoridades, miraban con suspicacia a los romanos pero de alguna manera los veían como garantes de su autonomía religiosa y cultual, tras las convulsiones políticas con griegos, sirios, partos y las dinastías invasoras que había abrazado el helenismo y por tanto el paganismo. Lo peor estaba por llegar pero mientras se conformaban con el estado de cosas existente en cuanto no entorpeciera su ámbito propio de actuación. Pilato, sin embargo, parece que nunca llegó a entender la completa subordinación de la vida y las costumbres del pueblo judío a las imposiciones de las autoridades del Templo y a sus normas rituales, la simbiosis de política, religión y costumbres donde el Templo y la Torá son causa y fin. Para el procurador romano el IUS, el Derecho con mayúscula, debía ser la medida del orden cívico y gobierno, majestad y prestigio, impuesta mitad por las armas mitad por el sentido común o la prudencia, un poder secular romano que no se avenía a la teocracia en Jerusalén, donde una casta aristocrática ejercía su poder directo divino y el pueblo elegido, en un periodo de plena convulsión religiosa, esperaba anhelante a su Mesías de manera inminente. El pulso y la escisión final se produjo, sorprendiendo por igual a ambos.

Durante su periodo de gobierno en Judea el prefecto sufrió distintos alzamientos, en una ocasión por disponer de los fondos del Templo con objeto de construir un acueducto o, como el suceso relatado por Filón de Alejandría en su Embajada a Gayo Calígula (año 41 d C), el suceso de los «escudos votivos» que se consideró como una profanación por los sumos pontífices y que el procurador había hecho colocar en el palacio de Herodes en Jerusalén en homenaje a Tiberio, en realidad  ni siquiera contenían imágenes de culto tan solo inscripciones pero el incidente terminó con una delegación de judíos en Roma solicitando su retirada lo cual finalmente lograron junto con una reprensión por parte del mismísimo emperador. No fue el único incidente, Flavio Josefo, en el XVIII libro de sus Antigüedades, nos relata lo que finalmente sería el desencadenante del fin de la misión del prefecto en Judea; un iluminado congregó en torno al monte Garizím en Samaría una multitud bajo la excusa del descubrimiento de unas reliquias que supuestamente habían sido allí enterradas y escondidas por el mismísimo Moisés. No se sabe cómo el grupo se pertrechó de armas y se volvió agresivo, Pilato tuvo que intervenir sometiéndolos a una dura represión, condenando a muerte a algunos y esclavizando a otros. Nuevamente estos excesos fueron denunciados, esta vez ante el legado de Siria, Vitelio, que apartó a Pilato temporalmente de su cargo y lo envió a Roma para rendir cuentas ante el emperador… Curiosamente la caída de Pilato coincidió con la destitución de Caifás como sumo sacerdote, también por Vitelio. Dos de los protagonistas del proceso a Jesús finalizarán su papel en la Historia al mismo tiempo.

La biografía del prefecto en los años posteriores solo son ya especulaciones. Su supuesto viaje a Roma coincidió con las tradicionales tormentas de invierno en el Mediterráneo, el mar estaba «cerrado» nos dice Josefo, el caso es que el emperador Tiberio murió antes de que Pilato llegare a Roma… y no sabemos ni siquiera si éste arribó allí. Los sucesos debieron precipitarse porque perdió a su gran valedor o algo debió ocurrir que le hizo desaparecer de la vida pública. Leyendas extrañas nos dicen que el mismísimo emperador lo mató accidentalmente en una cacería, estando recluido en una cueva…. Otros informan de su suicidio en tiempos de Calígula… O que fue decapitado y Jesús lo acogió en el Cielo junto a su esposa Procla (la que tuvo la premonición de la muerte de Jesus  entre pesadillas). Más verosímiles son otros escritos apócrifos, las llamadas «Actas de Pilato» o «Ciclo Pilato», una reconstrucción tardía de un posible y anterior informe de Pilato dirigido al emperador Tiberio, algo así como un pliego de descargos frente a las injustas acusaciones vertidas sobre él por su comportamiento con los judíos que incluía una versión sobre lo acaecido en el proceso a Jesús. En todo caso son elucubraciones en un contexto posterior ya con el triunfo progresivo del Cristianismo frente al paganismo y el judaísmo, mixtificaciones donde la verdad de lo sucedido una vez más se desvanece, y nos movemos al margen de la fe.

Y volvemos al principio. Tertuliano consideró a Poncio Pilato como «cristiano de corazón» (pro sua coscientia christianus), pero desconocemos en que justifica su afirmación, los Evangelios no ofrecen argumentos para sostener esta versión, salvo los indicios de sintonía intelectual sino de afinidad personal que vislumbramos en el diálogo entre Pilato y Jesús que transcribe San Juan, nada usual entre un juez y su acusado. ¿Había algo más que desconocemos…?, ¿hubo entre Pilato y Jesús en el Pretorio una conversación más extensa que el apóstol no supo o no quiso transponer? ¿Ignoramos un episodio posterior de la vida de Pilato, oculto por razones que nos trascienden?.

Pudo liberar a Jesús y no lo hizo. Sabemos que el prefecto Albino puso en libertad a otro Jesús, hijo de Ananías, años más tarde en el 62 d C, y en similares circunstancias, entregado por las autoridades judías tras «ser despellejado hasta los huesos», según nos cuenta Flavio Josefo, tras otro interrogatorio “judicial” se le juzgó por loco y se le dejó libre. Sin embargo en el proceso contra Jesús, Pilato, pese a insistir a los judíos que juzgaran ellos al reo y que él no veía cargos suficientes de incriminación, aún teniendo poderes y facultades para liberarlo no las ejerció. El proceso penal en las provincias del imperio era muy flexible, especialmente cuando se trataba de ciudadanos no romanos, se aplicaba el cauce similar a la cognitio extra ordinem, una justicia penal extraordinaria no sujeta a un iter procedimental formal, una transposición de la justicia policial de los tresveri capitales o los praefectus urbi de la capital romana ya en la época de Augusto. Pilato era un funcionario romano, como procurador ejercía las funciones de juez capacitado para juzgar pero también como autoridad policial, una vez comprobado el delito,  podía utilizar sin más la coercitio o poder disciplinario directamente. Pilato duda y hace un poco de todo, juzga e intercede, busca pruebas, evidencias, quiere contrastar los hechos, interroga ¿eres tú el rey de los judíos?, ¿qué hiciste?, ¿de dónde eres tú?, recrimina a los escribas “no hallo delito en él”,  intenta liberarlo a cambio de Barrabás (una costumbre asmonea sin precedentes en un procedimiento romano cuya realidad es bastante discutida por los eruditos), y no parece tener escrúpulos en ordenar flagelar a Jesús hasta  la tortura, «He aquí el hombre», mostrándolo ensangrentado y ya malherido a la muchedumbre, castigo con el que pretende disuadir a la plebe. Y sin embargo las autoridades judías no desfallecen, persisten e insisten en exigir la pena capital, «debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios».

Se nos dice en el relato evangélico que Pilato,  «al oír estas palabras se atemorizó más», ¿por qué el todopoderoso prefecto sintió miedo?. Sabemos por incidentes ya mencionados, incluso previos al apresamiento de Jesús, que su relación con los judíos era más que conflictiva, su temor podía estar motivado en la eventuales represalias del legado de Siria o incluso de Roma, pero no se había arredrado antes por ello ni tampoco lo haría después (recordemos también los sucesos de Samaría que le harían perder su puesto), ¿por qué ahora?. El texto de Juan asocia esta reacción al instante en que acusan a Jesús de arrogarse ser «Hijo De Dios”.  Ante una de las preguntas del procurador, ¿qué hiciste?, Jesús responde «mi Reino no es de este mundo, si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Quien así habla o es un lunático, un iluminado o dice la verdad. Y ¿qué es la verdad? se pregunta a su vez el prefecto. Su escepticismo se resquebraja. Está desconcertado. Teme quizás  desórdenes del populacho  en plena pascua judía, no obstante el temor no parece justificado. Tampoco  Jesús y sus seguidores evidenciaron con su comportamiento signos de violencia. Simplemente no sabe qué solución tomar y menos aún alcanza a discernir quién es ese hombre que afronta una muerte segura convencido que así debe ser, soslayando abiertamente la posibilidad de liberación que le ofrece Pilato. Jesús calla, no se defiende en el juicio pero proclama abiertamente su condición divina como hizo ante el sanedrín. Sus palabras por si solas podrían justificar una imputación formal; pretender ser rey es un atentado contra el Cesar, incriminado como dos delitos bien «perduellio» bien «crimen laesae maiestatis populi romani», crimen contra Roma o el prestigio del pueblo romano y sus mandatarios, pero la acusación nos parece exagerada vista ahora y lo que es más significativo bajo los ojos del mismo prefecto («yo no encuentro culpa en él»).

Pero Jesús tiene su propio plan, una diferente concepción del proceso judicial al que se ve sometido, según las  previsiones que su Padre le ha transmitido. Ya ha aceptado plenamente su destino como explícita en la oración del huerto de Getsemaní. Pilato algo ve en él que le turba y toma la decisión personal de no condenarle, intenta forzar así un pacto con las autoridades judías pero resulta imposible, le acusan de no ser amigo del Cesar, la situación se vuelve tensa. El sanedrín había acordado como autoridad religiosa competente la muerte de Jesús unas horas antes cuando éste afirmó ante ellos su condición mesiánica de hijo de Dios profetizando la destrucción del templo. Pero muy probablemente la decisión estaba tomada mucho antes de la llegada de Jesús a Jerusalén entre vítores, su fama como taumaturgo tras resucitar a Lázaro, curar enfermos y expulsar demonios, discutiendo la autoridad de sacerdotes y escribas, o perdonando los pecados, ya había provocado la intervención de los próceres judíos; posiblemente ya lo esperaban, concertada su detención con el prefecto. Y es que también sentían miedo… no sin motivo, en el año 70 d C el Templo ya estaría destruido y Jerusalén arrasada. Pero el sanedrín no tenía competencia para decretar la pena de muerte («ius gladi»), aún en delitos religiosos, de ahí la necesidad de recurrir al prefecto de Roma, al que necesitaban; la mención a otros supuestos similares contradictorios donde sí se impuso la pena capital por las autoridades judías sin el placet romano no nos deben llevar a error, por ejemplo la muerte de Esteban, su lapidación, curiosamente instigada o al menos presenciada por Pablo antes de su conversión, fue claramente un linchamiento y aunque no se puede considerar  margen de la ley judía porque sí hubo un proceso judicial ante el sanedrín (Hechos 6,11), con cargos por un presunto delito de blasfemia y atentado contra el templo, incluso en este caso se aportaron declaraciones de testigos y se preparó un alegato final de defensa, pero no consideró necesario  someterlo al conocimiento del prefecto y éste se mantuvo ausente, tolerado por el pragmático romano ; y la condena a muerte de Santiago, el hermano (primo) de Jesús, en el 62 d. C. fue una extralimitación del Sumo Sacerdote Anano, y en contra de la posición del resto de los miembros del sanedrín amparándose en un interregno, una vacante en el poder del prefecto que aún no había llegado a Jerusalén, sucesos que le costarían el puesto.

Un momento misterioso en el diálogo entre Jesús y Pilato, el reo consuela al mismo juez que le llevará a la muerte, no solo eso hasta lo exculpa; «No tendrías ningún poder sobre mi, si no se te hubiera dado de arriba…”. Lo que tenga que ser ocurrirá y el prefecto nada podrá hacer para evitarlo, los hechos se pliegan ante la providencia, la sentencia ya ha sido dictada… sí pero ha tenido que acontecer humanamente, vivirse, padecerse en las propias carnes, como diría Unamuno, humillándose en un proceso judicial como tantos otros reos, el sufrimiento del mismo Dios en un salto ontológico, incomprensible desde nuestra perspectiva, que nos sigue estremeciendo.

Es muy posible que el procurador tuviera ya noticias sobre los actos de Jesús antes que le hicieran comparecer ante él, los sucesos en el Templo con la expulsión de los mercaderes, la profecía sobre su destrucción o la resurrección de Lázaro es probable que no le pasaran desapercibidos.  Era frecuente en los romanos enviar espías por las comarcas que gobernaban entre gentes del lugar (véase la magnífica novela de Gerd Theissen, «La sombra del Galileo»). Además miembros de la cohorte romana de Jerusalén participaron en la detención, por lo que surgen dudas si el apresamiento del Jesús no fue también concertado entre las autoridades judías y romanas, más allá de las pretensiones y tácticas de unos y otros para condenarlo a muerte o no. De nuevo el trasfondo providencial.

Y así finalmente Poncio Pilato entregó a Jesús para que lo crucificaran. Se habla de muchedumbre, «ochlos», la multitud gritaba «crucifícalo», probablemente serían la élite del sanedrín junto con sus correligionarios; nos resulta difícil creer que fuera los mismos  que habían aclamado días antes a Jesús a la entrada de Jerusalén y como el Mesías.  En todo caso la turba clamando la muerte del justo-inocente llevó al prestigioso jurista Hans Kelsen a preguntarse en su obra «De la esencia y valor de la democracia» hasta donde alcanza la validez de la decisión de la «mayoría» cuando la sociedad está despojada de valores.

Hay un episodio, pocas veces resaltado y bastante enigmático, lo narra Marcos ( Mc 15, 43-45); cuando José de Arimatea, miembro del Sanedrín, y simpatizante de Cristo (esperaba también del Reino de Dios, nos dice el evangelista), atreviéndose comparece ante Pilato y le solicita la entrega del cuerpo de Jesús, entonces nos dice que Pilato «se sorprendió que ya hubiese  muerto», por lo que hizo venir a un centurión y le preguntó, una vez confirmado autorizó a José para que se llevara el cadáver.  Este suceso sustentó alguna teoría como la de H. E. G Paulus (1761-1851) de la «muerte aparente», es decir el sepulcro estaba vacío pero porque Jesús no llegó a morir y tuvo vida por algún tiempo, de esta manera se «explicaba» la resurrección, (esta tesis a su vez pretendía suavizar otra anterior la de H. S. Reimarus (1694-1768) la de la «sustracción del cadáver», que atribuía a los discípulos el hurto del cuerpo de Jesús, por tanto un engaño; como vemos este tipo de especulaciones no son nada «modernas»). Sin embargo el Evangelio mismo nos confirma que Poncio Pilato se cercioró de su muerte.  El caso es que era necesario la «concesión» del prefecto para retirar el cadáver, en otro caso de manera rutinaria o se habría dejado en la cruz sin más como carroña como aviso para otros o, en el mejor de los casos, en una tumba comunitaria para malhechores con cal. Sabemos que casi todos los discípulos en este momento estaban huidos o escondidos, solo estaban presentes Juan y las mujeres, y posiblemente Simón de Cirene testigo privilegiado de la ejecución. La ley judía exigía que antes que cayera la noche el cuerpo de un reo colgado de un árbol (en este caso crucificado) debía ser bajado, por lo que no es extraño que José, una persona prominente, asumiera esta difícil tarea y acudiera al prefecto, éste lo autorizó como en otros casos similares, así hay constancia de crucificados enterrados en tumbas familiares para que se pudieran aplicar los ritos ordinarios judíos. Por tanto no es ésto lo más singular, Pilato se «sorprendió», la razón pudiera ser que esperaba Jesús pudiera vivir más, que pudiera haber resistido más al «suplicio». Pero dado su estado y las heridas ocasionadas tras la durísima flagelación no debería resultarle tan insólito, es cierto que era un hombre joven y sano, entonces tenía esperanza que no muriera ¿?… existen numerosos testimonios de crucificados que han sobrevivido a la cruz incluso han logrado sobrevivir años (veáse Filón o Flavio Josefo), pero no tras esa tortura… o quizá, al contrario, se extrañó de que muriera sin más….

Y una última reflexión, en qué medida la cruel ceguera de la inspiración profética de Caifás, Sumo Sacerdote del Templo símbolo de un culto a Dios que será destruido, «Conviene que uno solo muera para la salvación de todo el pueblo» junto al temor indeciso de Pilato, autoridad secular de Roma cuyo poder se extiende por todo el orbe, al que Jesús con conmiseración le exculpa, no son más que la expresión de la voluntad, la manifestación del plan divino, la providencia ante la negativa del pueblo elegido a seguir a su Mesías,  «Cuantas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo las alas pero no habéis querido. Pues bien, vuestra casa quedará vacía». La tradicional y equivoca atribución de la culpa de la muerte de Jesús a los judíos, olvidando que la sentencia de condena a muerte ( “ius Gladi”) fue romana y no judía, se reinterpreta así de manera distinta, no hay responsabilidad que atribuir, la nueva propuesta espiritual que plantea Jesús para el mundo con su muerte y el anuncio de su Resurrección implica que en el sacrificio de propiciación que va a tener lugar también forman parte en cierta forma Judas, Caifás y Poncio Pilato, (que son solo tres piezas de ajedrez en una partida de mayor calibre y que aún no ha terminado) ahí de nuevo el misterio, el enigma del tiempo intermedio entre el Pléroma hasta la nueva venida en la Parusía… una nueva perspectiva de ser hombre, la cristiana, entre dos mundos («mi Reino no es de este mundo»), aunque teniendo que hacer nuestra vida en él “dando al Cesar lo que es del Cesar”…, el reloj de la Historia comienza de nuevo a contar.

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