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10 abril, 2025San Agustín menciona en sus confesiones un tipo de abogado de éxito que conoció en su juventud, que él mismo pudo ser. Astuto e implacable gana los casos con habilidad, conoce los rudimentos de las leyes y utiliza los trucos y las argucias que éstas le permiten en interés de su cliente para ganar los casos o eternizarlos… lo llama Poenus Orator. Aparte no tiene escrúpulos, pero acaso no haya que tenerlos si el único fin es la vanagloria.
Palestina siglo I de nuestra era, nuestro protagonista es un «tal Tértulo», un abogado latino («rëtör»), posiblemente también judío (no nos lo aclara Lucas, el redactor de los Hechos de los Apóstoles). Ejerció como acusador «particular» contra Pablo en la comparecencia «cogito extra ordinem» que se celebró ante el procurador Felix, en el Pretorio de Cesárea por encargo de los escribas y sacerdotes del Sanedrín. Entre los cargos una vez más la profanación del Templo, en grado de tentativa («… lo ha intentado… pero le apresamos, nos dice Tértulo…). Sin embargo el letrado sabe que con esa acusación el procurador romano no apreciará en los hechos denunciados más que la típica y frecuente trifulca entre judíos, por tanto un asunto menor, una falta leve… necesitará algo más para una condena. Y como ocurrió en el proceso a Jesús hábilmente agrava la imputación, la «provocación de alborotos entre todos los judíos de la tierra» y la atribución de la jefatura principal de la «secta de los nazarenos»…, es decir acusa a Pablo y sus acólitos de cuestionar y poner en peligro la autoridad de Roma (Hechos 24, 2-8). La cosa es más seria.
Como suele ocurrir desde nuestra mentalidad actual desacralizada lo acontecido nos parece un incidente menor. Lo que sucedió fue que un seguidor de los nazarenos, Trófimo, antes «temeroso de Dios» y simpatizante judío pero gentil, acompañante del apóstol Pablo en su viaje desde Antioquía a Jerusalén para traer la colecta en ayuda de la comunidad en la ciudad santa, fue visto, según los acólitos del sanedrín, quebrantando junto a Pablo la prohibición de no traspasar el atrio reservado para los gentiles en el Templo, bajo advertencia de condena sumaria de muerte. Poco faltó para que una muchedumbre tumultuaria los lapidara allí mismo como le ocurrió antes a Esteban, sino hubiera sido por la reacción del tribuno Claudio Lisias que avizor se precipitó por las escaleras con una cohorte de soldados desde de la adyacente Torre Antonia para impedirlo. Esa misma noche volvería a salvarle la vida frustrando una tentativa de asesinato de unos sicarios sobornados por las autoridades judías, que lo consideraban ya reo de muerte, proscrito y blasfemo. En medio del escándalo y el acoso de la turba Pablo fue de inmediato trasladado escoltado, casi con la mitad de la guarnición, desde Jerusalén al Pretorio en Cesárea para comparecer ante el procurador Felix, nada ajeno a los subterfugios de la ley judaica, estaba casado con la joven Drusila, hija del rey Herodes Agripa I.
Por ese motivo se inició una causa judicial romana contra Pablo en la prefectura de Cesárea, (desconocemos lo que aconteció a Trófimo). Lucas no se detiene demasiado en el alegato de la acusación de Tértulo. Imaginamos al abogado de pie ante el estrado con su toga blanca cuidadosamente plegada sobre el hombro liberando el brazo con ademán extendido y la mano levantada, perorando concienzuda y pausadamente su discurso ante el Tribunal, con toda la verbosidad propia de la oratoria clásica, exordio, proposición, división, confirmación, refutación, epílogo…, una manera de impresionar así al procurador. No parece que Félix fuera de los que fácilmente se dejasen deslumbrar. No alcanzamos a conocer más detalles, en el relato la diatriba del abogado está cortada, intencionadamente abreviada; quizá para Lucas no es más una arenga más entre tantas… no pretende dejar testimonio histórico de lo ocurrido, no es ése su fin. El evangelista no podía saberlo todavía pero pronto vendrían las persecuciones donde miles de cristianos padecerían por la misma causa, «por la ley he muerto a la ley…», recuerda Pablo con ironía a los Gálatas. Los abogados nos desvanecemos entre palabras una vez terminado el pleito… tras este discurso Tértulo también desaparece para siempre de la Historia, nada más sabremos de él (indicio de verosimilitud quizá).
Pablo podría haber sido un gran abogado, desde luego práctica jurídica no le faltó y no nos consta que se valiere más que de sí mismo para su defensa. Si la fuerza del espíritu estaba con él sin duda antepuso la verdad sin ocultar lo que hay en el hombre, se valió de la experiencia, de su argucia y ardid para anteponer su misión, en un extraña sucesión de aventuras y azares que cambiaron su vida y la Historia, y no le importó el fracaso que sabía mundano y aparente una vez desvelado el milagro.
Ya en Cesárea el procurador Felix «les dio largas», Pablo compareció ante él pero nada decidió ese día, ni el siguiente… de hecho dos años transcurrieron sin adoptar resolución alguna; Pablo mientras preso en Cesárea, en custodia, eso sí con cierto grado de libertad. Félix alargaba la «instrucción» (algo que se repite en todas las épocas y en todos los tribunales) y pedía el testimonio del tribuno Lisias… lo que no se entiende es un retraso tan prolongado estando éste en Jerusalén. Tácito refiriéndose a Félix, liberto por el beneplácito del emperador Claudio, nos dice que «ejerció el poder de un rey con el espíritu de un esclavo (Hist, 5,9)». No parece alabar sus virtudes; Flavio Josefo lo tacha de corrupto y le acusa de sobornar al amigo más íntimo del sumo sacerdote Jonatán «para que se trajeren bandidos que atacasen a Jonatán y le dieran muerte», era la época cuando surgieron los sicarios. (Antigüedades 20,163; Guerra de los Judíos 2.2569).
Probablemente Félix era conocedor que Pablo había traído consigo una cuantiosa colecta o limosna ofrendadas por las comunidades de Asia Menor para la iglesia de Jerusalén e intentó sobornarle, «esperaba que le diera dinero». Quizá jugaba al despiste con las autoridades judías, pero con Drusila, su esposa judía, sentía curiosidad por Pablo y durante el cautiverio le llamó a su presencia en reiteradas ocasiones; conversaban sobre la «fe en Cristo Jesús», sobre la «justicia», la «continencia», incluso sobre el «juicio futuro» y cómo no el «núcleo esencial» del cristianismo, la resurrección… tema recurrente para Pablo que esgrimió con ingenio para indisponer a los judíos, entre ellos, los saduceos no creían en la resurrección de los muertos, los fariseos sí. Félix contemporizaba no se sabe muy bien por qué, ¿cómo un favor a los judíos? «te haré llamar cuando encuentre una ocasión propicia» le espetaba, todo ello otorga al acontecimiento un cierto carácter de comedia sino fuera porque mientras tanto Pablo seguía tristemente preso.
No sabemos por qué el apóstol esperó hasta el final, pudo hacer valer su condición de ciudadano romano antes y apelar al Cesar durante estos dos años, ejerciendo su derecho a ser juzgado por el emperador en Roma (en este caso Nerón). No lo hizo hasta que el procurador Félix fue finalmente despuesto y sustituido por Festo, ¿cómo no?, por denuncias de corrupción, no por la causa de Pablo sino por mala administración denunciada por la comunidad judía de Cesárea, fue llamado a Roma en el 59 d C o quizás 60 d C (Antigüedades 20.182).
Pablo, al contrario que Jesús, se defiende, no guarda silencio. Dejará en evidencia a los sanedritas, a los que disgrega en el mismo Templo hábilmente con un quiebro intelectual; “¡Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y se me juzga por la esperanza en la resurrección de los muertos!..» provocando un enfrentamiento entre fariseos y saduceos, que discrepaban sobre la perduración tras la muerte, «dividiendo a la multitud”. Ante los procuradores Félix y Festo y frente el mismo rey Herodes Agripa, Pablo es prudente y discreto, es obvio que no pretende alborotar ni promover una rebelión, no es el falso profeta egipcio con 30.000 hombres en el desierto acechando, que temía el tribuno Lisias, no confabula contra el Cesar. Al contrario les habla del Dios ancestral, el Dios único, omnipotente y creador que escogió al pueblo elegido y les dio la Ley ahora encarnada en Jesús, el resucitado, que tras morir colgado de un madero ahora es escandalo para los judíos, ignorando éstos que la resurrección transforma la ignominia en redención, que no es otra cosa que obrar bien y no por impulsos, estímulos o determinaciones ajenas a la vocación personal, destino de cada hombre según el plan divino. Proclama su condición de judío, discípulo del gran Gamaliel, fariseo celoso de la ley, perseguidor de la secta de los nazarenos y ahora transformado en uno de ellos por elección del mismo Jesús que lo llamó por su nombre Saulo en el camino a Damasco. Ya no tiene sentido la circuncisión de la carne sino la del espíritu, no cabe la reglamentación precisa de cada actuación de la vida cotidiana para justificar un comportamiento moral o no, la ley no es más que la Fe en Jesús, la moral son las buenas obras espontáneas del que honra a Dios, la ética y la ley está en la Fe no en las obras, consecuencia no causa. No más distinciones entre hombres, no más segregación de razas y pueblos, entre libres o esclavos, ni por razón de género y menos aún riqueza, subordinada por mandato apostólico al beneficio de la comunidad. Nada ni nadie puede perderse, la humanidad entera está llamada a la salvación por la voluntad de Dios, el Templo de Jerusalén ya no será la puerta de acceso a Dios, caerá bajo sus cimientos en el año 66 d C y Cristo encarnado será único Templo viviente, grafía de Dios en cada persona, de cuya voluntad depende su existencia y destino en una relación personal, todos hermanos hijos de un mismo Dios padre creador que nos ama, ese es y será el alegato de Pablo, dentro y fuera del tribunal.
Se abre un cataclismo religioso y humano en el Pretorio en Cesarea, y Tértulo Felix, Ananías o Festo se difuminan, son mero personajes en un escenario que Pablo escenifica sin querer; como antes lo fue la ciudad de Antioquía, o en el Concilio de Jerusalén con Pedro y Santiago hermanos a los que persiguió con saña y ahora comen en la misma mesa también ya con gentiles, o como en el aéropago de Atenas proclamando en griego la resurrección de la carne ante los estupefactos helenos, los cuales todavía añoran a los dioses que ignoran a los hombres o ante la tumba del dios desconocido, aún expectante gimiendo con dolores de parto la adoración de un mundo que tardará siglos en reconocerle… y sobre la creación de un mundo habitado por Dios «habitavit in nobis» en una red inabarcable e inverosímil de comunidades desde Asia Menor hasta Roma y posiblemente hasta los confines de occidente en España, en un alarde increíble de expansión humana de todos los tiempos.
Su misión no puede todavía terminar en Cesárea condenado a muerte por el Prefecto romano ni ante el Sanedrín de Jerusalén apedreado en las puertas del Templo, tampoco su destino será morir en el naufragio camino de Roma frente a las costas de Malta, ni por la mordedura de una víbora bajo un haz de hojas secas en esa misma isla ante el estupor y temblor de los nativos que lo adoran como un enviado de Dios. De ahí la voluntad de permanecer vivo, de continuar como «homo viator» su labor en este mundo, que no puede ser un mero tránsito sino una vía de acceso al otro, en un sentido escatológico que desconocemos.
No es fácil comprender a Pablo, la dimensión del personaje nos estremece. Como siempre la sabiduría del apostol Pedro nos da una clave cuando al mencionar las cartas de Pablo dice, “En ellas hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente —lo mismo que las demás Escrituras— para su propia perdición…“ considerad que la longanimidad de nuestro Señor es nuestra salvación. Así os lo escribió también nuestro querido hermano Pablo según la sabiduría que se le otorgó”.
La duda se suscita ante la complejidad del enigma, ¿por qué sucede en ese instante histórico, no antes ni después?, ¿a qué había que esperar? ¿no había otra forma más directa o accesible?. Sería como hacer trampa a los naipes, cambiar las cartas de la baraja una vez empezada la partida, esos son los términos del pacto, de la alianza.. La vida humana, no está dada, transita en la historia, es su naturaleza, el respeto a la condición del hombre exige asumir la estructura empírica de su existencia, las cosas puede que ocurran al azar o por destino, pero en todo caso tienen que darse las condiciones para que acontezcan, los hombres viven en un mundo determinado con unas circunstancias dadas y en un época precisa, desde ellas viven, eligen entre diferentes opciones, deciden, actúan o no… Pablo es judío por raza, familia y religión, tiene la ciudadanía romana por nacimiento, «nací con ella» le responde al tribuno (Hechos 22, 25-29) y ademas en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia, una de las cunas del helenismo, del pensamiento griego y la filosofía estoica (cruce de culturas) ; convergen así tres dimensiones vitales, histórico y sociales, la judía, la griega y la romana, raíces del cristianismo… (y sin olvidar la oriental Pablo estuvo casi cuatro años en Arabia, en el reino de los Nabateos, ya cristiano preparándose antes de empezar su predicación y tras pasar quince días con Pedro en Jerusalén, periodo del que no sabemos nada… acaso las comunidades cristianas de oriente tengan aquí su origen…). Podría haber sido de otra forma, en otro momento histórico… Pablo combina en su biografía vital estas tres posibilidades, conocimientos y destrezas para configurar su mensaje y misión a la altura de los tiempos, de su tiempo que es el histórico de Jesús.
Las vertientes del personaje son múltiples… Al hacer valer su condición jurídica de ciudadano romano, como sujeto de derechos frente a la arbitrariedad y la injusticia «¿Es que a un hombre romano y sin previa sentencia judicial os es a vosotros permitido azotarle?, exclama al centurión, el filósofo Julian Marías ve aquí nada menos que «la partida de nacimiento de esa realidad que llamamos Occidente». No es otro el fundamento del Estado de Derecho, esperemos que siempre sea así y podamos esgrimir «Civis romanus sum. ¡ Caesar Apello !.
Ldo. Francisco Javier Alex Guzman.
Bibliografía recomendada: El cristianismo en sus comienzos – Comenzando desde Jerusalén Vol 2 James D. G. Dunn (Verbo Dívino). El abogado de Pablo Gerd. Theissen (Ediciones Sígueme). Espiritualidad Cristiana Juan Zaragüeta (Espasa Calpe S.a). Así empezó el cristianismo. Rafael Aguirre (ed) (Verbo Divino). San Pablo en sus cartas Mariano Herranz (Ediciones Encuentro). La perspectiva cristiana Julian Marías (Alianza Editorial). San Pablo Karen Armstrong (Indicios).