
Programa de Apoyo a la Promoción y el Desarrollo de la Economía Social para el Empleo – Línea 1
28 julio, 2025Un testamento ológrafo a favor de un hombre detestable y perverso que atropella niños, asesina ancianos y personifica el mal puro, destilado de toda convención o remordimiento. Un abogado, sumiso al interés del cliente pero no a su voluntad, lo custodia como oro en paño en el rincón más secreto de su despacho. Utterson es un letrado de vieja escuela, adusto, parco en palabras, con esa modestia de los tímidos que se muestran mordaces e implacables cuando los avatares sensatos y habituales de la vida se transforman en atrabiliarios e impúdicos, disponiéndose como un resorte a la acción para la consecución de su objetivo, dejando atrás el temor. Y es que se pueden perseguir los ideales de justicia, honradez y honor, aunque nuestras expectativas sobre el comportamiento humano no sean muy elevadas.
Pero la excesiva implicación en el caso puede ser una pesadilla. Resulta curioso las actitudes de unos y otros, si algo se vuelve sospechoso, sórdido, siniestro… más sospechoso parece, menos preguntas se hacen… asunto privado donde mejor no inmiscuirse. Que el malvado prospere supone un enigma constante, pero más aún que desde su alta posición el mal arraigue en su corazón y se sienta atraído por la inmundicia no extraña a la riqueza. Es una paradoja como el camello en el ojo de aguja. Sea un impulso o inclinación al mal situado en cada ser humano la verdadera clave de esta singular historia, como nos enseñó Chesterton, es que no hay dos hombres sino una sola conciencia. Ya hay algo tenebroso en la mirada del Dr. Jekyll antes de convertirse en Mr. Hyde, así como Mr. Hyde no puede existir ni puede ocultarse sino es bajo el amparo y protección del Dr. Jekyll, quien redacta un testamento nombrando como único beneficiario y heredero a Mr. Hyde, es decir a sí mismo, tautología jurídica inadmisible para el abogado Utterson… algo que ya intuía sin saber.
Hyde cree despojarse de su conciencia liberándose a la iniquidad y Jekyll de la ignominia que le impide practicar espontáneamente el bien sin obstáculos. Pero las cosas resultan más complejas y «el destino y la responsabilidad de nuestras vidas los llevamos ligados para siempre a nuestras espaldas». Sin embargo nos extraña y estremece la persistente atracción que siente Jekyll (Stevenson ¿?) por lo siniestro y el horror del alma, incluso antes descubrir la pócima que destrona el tabernáculo del espíritu sobre el cuerpo. Como si se tratara una versión degradada del superhombre dionisiaco de Nietzsche, sin necesidad de transmutar los valores, porque Hyde simplemente los desconoce. Y es que Jekyll no es, no era, un hombre bueno sin mácula, en el mejor de los casos un ser extraviado en el dilema de Tanhauser.
Una llave abre y cierra la puerta del gabinete donde se esconde Hyde, la sala de espejos y pócimas, sórdida con un olor sofocante a almendra, a veces entre las rendijas una niebla flota en la sala escondiendo entre brumas grises el secreto de Jekyll. Afuera el ambiente canallesco del Soho, callejuelas sórdidas, tabernas sucias y desagradables, niños harapientos y mujeres que ofrecen favores. Es el Londres victoriano que enhebra los hilos ocultos que unen al rey Macbeth con el monstruo Frankenstein, el inefable Fagin hasta el malvado Moriarty. Una transposición de la vieja Edimburgo que fascinó y atrapó a Stevenson, entre el puritanismo de los presbiterianos ebrios de virtud aparente y los pintorescos y atrabiliarios habitantes de los bajos fondos a los que el noble Robert Louis Stevenson siempre se sintió atraído.
No es casual que el sosegado abogado Utterson deje transcurrir las tediosas y lluviosas tardes de los domingos leyendo libros de teología, quizá escudriñando entre sus casos en qué medida la libertad humana se desvanece ante la propensión al pecado sin remedio, bajo el prisma de la corrupción y predestinación de la condición humana, tesis calvinista frente a una fe más luminosa que simplemente asuma la existencia de Dios dentro de la visión de lo real, acaso más cristiana.
El misterio de Jekyll es también un caso jurídico. A Utterson le inquieta el testamento de su amigo pero debe respetar su voluntad. Pero y ¿si es nulo y ha sido confeccionado bajo coacción?. Teme que esté siendo sometido a chantaje por alguna travesura de la juventud. Jekyll ante su intimación no quiere hablar del asunto, cree que «en el momento que quiera puedo liberarse de Hyde», por lo que debe cumplir sus instrucciones, si algo le pasa debe proteger a Hyde y hacer valer sus derechos. Pero el asunto se complica cada vez más, lo que era un caso civil o, a lo sumo, comportamientos canallescos y censurables ahora es un crimen; el anciano Carew, pariente y también cliente del abogado, ha sido asesinado en plena calle por Hyde. Las pruebas son evidentes, el arma del crimen, un bastón quebrado es hallado en la escena del crimen y en el gabinete de Hyde, junto a la casa de Jekyll, que puede ser incluso ya acusado como cómplice de un criminal. El doctor asume su equivocación o más bien su insensatez con terror, promete que no volverá a ver a Hyde, exhibe una carta firmada por éste revelando que ha huido pero por poco tiempo, de hecho Jekyll nunca llegó a controlar ni siquiera el compuesto de su pócima, más fruto del azar que de su saber, Jekyll es ya solo un engendro humano en constante y siniestra metamorfosis sin control; Utterson no puede tampoco salvarlo de su autocompasión, Jekyll es Hyde, Hyde es Jekyll, no llega a tiempo, perdida la facultad de cambiar a voluntad la muerte es el único destino. El final del caso, subliminal al desenlace final relato, culmina con la última voluntad de Jekyll, en caso de muerte, o, donación en caso de su desaparición, de manera que sea el abogado Utterson el designado como beneficiario de todos sus bienes… como premio sin duda merecido a sus afanes y desvelos…
Robert Louis Stevenson escribió el relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr Hyde en el mes de septiembre de 1885, en su casa llamada Skerryovre, en Bornemouth, bajo un manto de hiedra en los encrespados acantilados sobre el enfurecido mar que rompe contra la costa de Dorset en Inglaterra… lo hizo solo en tres días, en un arrebato, tras un sueño….
Ldo. Francisco Javier Alex Guzmán.