Bulverismo

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7 septiembre, 2024
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En un debate o controversia el uso de una objeción o una refutación razonada no forma parte necesariamente de un argumento. Basta suponer que tu oponente está equivocado «describiendo» su error dándolo por hecho y atribuyéndolo a cualquier condición o circunstancia ajena al fondo del asunto, sin necesidad ni siquiera pretender convencer, probar o justificar los supuestos de la pretendida equivocación. Los abogados se valen de ello en los juicios, en los interrogatorios de testigos (ya de por sí un medio de prueba desacreditada), es un medio usual de desvirtuar su declaración apelando algún aspecto de su persona y que, en principio, no debería afectar a su credibilidad sobre los hechos de los que puede dar razón.

Pero se trata ya una fórmula extendida en todos los ámbitos, se inocula cierto descrédito en una persona atribuyéndole ideas u opiniones ni siquiera expresadas o manifestadas por ella, derivándolo de circunstancias arbitrarias o por la simple pertenencia a un grupo, profesión o condición social al que se le ubica, e incluso en los casos más exacerbados prejuzgando y descalificando la persona en su totalidad. Se trata de un uso torticero de la argumentación porque siempre puede ser instrumentada desde uno u otro lado para desacreditar la opinión o idea vertida de contrario, adoleciendo de falta de solidez. Resulta eficaz en diálogos o conversaciones «casuales» y «ágiles» sin mucho tiempo para expresarse o cuando el desnivel intelectual de los participantes es manifiesto, véase en tertulias televisivas, redes sociales y/o, cómo no, en política.

Lo que se deriva de ello casi siempre es una sensación de falta de respeto a la persona, al ser del otro, a su dignidad, trivializando el debate de ideas hasta la zafiedad. El caso curioso es que el bulverismo es una paradoja en sí mismo porque se basa en la ausencia del uso de la razón; no pretende tenerla solo negar la del oponente atribuyéndole una «sinrazón» sin desvirtuarla con una mínima argumentación, lo que nos lleva a un círculo cerrado… al «wishful thinking» o al absurdo.

Algo tendría que decir sobre esto Ezekiel Bulver, el artífice de este modo de pensamiento. Decidido en afirmar lo que se quiere creer y absteniéndose de decir lo que no se desea aceptar. Su biografía está por escribir y todo parece indicar que tuvo una vida de éxito. El escritor británico C S Lewis desveló su nombre en una conferencia en el Club Socrático de Oxford el 7 de febrero de 1944 transcrito en un ensayo posterior llamado, no sin ironía, «El origen del pensamiento del siglo XX», pero nos no reveló más de él …

Nada que ver con el bulverismo la película «La última sesión de Freud» dirigida por Matt Brown y protagonizada por Anthony Hopkins como Sigmund Freud y Mathew Goode como C S Lewis. Adapta una obra teatral previa del autor Mark St. Germain que dramatiza un supuesto encuentro acaecido entre ambos el 3 de septiembre de 1939 (día sombrío… fue cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania). El psiquiatra vienés se encuentra en su exilio en una casa en Londres, donde vive con su hija, tras huir de los nazis. Freud recibe la visita de un profesor inglés. Anécdota que sirve a St. Germain para suponer que fue Lewis, recreando la conversación mantenida, como si se tratare un juego intelectual entre planteamientos antropológicos y religiosos opuestos. A su vez la obra se inspira en un libro de The Question of God de Armand M. Nicholi, Jr., una serie de ensayos donde se analiza la obra de ambos, como representantes de dos de los pilares del pensamiento de nuestra civilización occidental, enfrentados entre sí, ciencia y religión, «incompatibles» pero condenados a entenderse.

C S Lewis fue un cristiano devoto que decidió hacer causa entusiasta en la propagación y defensa de la religión en una época de creciente descrédito y bajo la embestida desde ciertos sectores intelectuales modernistas, y ello tras una lucha titánica de maduración personal e intelectual como se refleja en todos sus libros. Sigue la estela de Chesterton converso al Catolicismo, si bien Lewis nunca abandonó el Anglicanismo. Su influencia entre los creyentes ha sido grande y sigue creciendo todavía hoy en día. Antes había transitado por todos los estadios posibles como típico intelectual de Oxford de principios de siglo, había sido un escéptico modernista, agnostico convencido incluso teísta no cristiano.  Freud por su parte se considera uno de los epónimos de la modernidad y de la ciencia del siglo XX, enemigo declarado de la religión aún de origen judío, fue científico y médico de profesión y filósofo y literato por vocación. Ambos fueron unos escritores extraordinarios.

La película se interna brevemente con apuntes biográficos en la vida de ambos  pero sobre todo se centra en los aparentes límites  infranqueables de su pensamiento, la Muerte, la Moral, el eterno conflicto entre la libertad y la existencia de Mal en el mundo y por supuesto como trasfondo permanente Dios. Aquí ya no se trata de bulverismo frívolo, dos titanes del pensamiento se abren en canal llevando hasta las últimas consecuencias sus posiciones para responder a las preguntas esenciales sobre el ser humano y, no hay duda de ello, pusieron todo su rigor intelectual en juego.

En 1939 Freud ya es octogenario, una eminencia internacional como el brillante y gran descubridor del psicoanálisis, pero se encuentra enfermo y de hecho morirá pocos días después, el 23 de septiembre. C S Lewis por su parte no es todavía el popular autor de alegorías y ensayos cristianos, se hará célebre más tarde durante la ya inminente II Guerra Mundial. Tiene 41 años y desde 1925 respetado profesor (fellowship) de literatura inglesa en el Magdalen College de Oxford (antes tambien Filosofía). Vive en el mismo Oxford en una casa enorme (The Kilns) con amplio jardín adyacente comprada en 1930, donde convive por temporadas con su hermano Warnie y con la señora Moore y la hija de ésta, Maureen, a su vez madre y hermana respectivamente de Paddy Moore, amigo y camarada militar que perdió su vida durante la I Guerra Mundial y al que prometió hacerse cargo de ambas mientras viviese, lo que cumplió escrupulosamente.

En 1939 Lewis no había escrito todavía el torso principal de su obra, solo un poema largo Dymer (1926) y una obra de ciencia ficción «Lejos del planeta silencioso» (1938), una alegoría sobre la existencia de criaturas racionales no caídas en otros mundos, simultánea a la publicación de «El hobbit» de Tolkien, (ambas obras leídas entre cervezas en sus míticas reuniones con The Inklings). Sin embargo será otro libro menos conocido  «La Alegoría del Amor» (1936), sobre la poesía mediaval, el que catapultará su reconocimiento  académico. Es más que un ensayo de crítica literaria, es una reconstrucción sobre la manera de pensar y la visión del mundo en el Medievo, la alegoría como símbolo y expresión en formas sensibles de lo sagrado.  El libro precipitó dos encuentros uno con Charles Williams, al que conoció en 1936 en Londres y con el que se reunió precisamente la primera semana de septiembre de 1939 al ser destinado por la editorial de la universidad donde trabajaba a Oxford. A partir de este momento coincidirían al menos dos veces, martes y jueves cada semana con los Inklings en el pub The Bird and the baby o en los aposentos de Lewis en el Magdalen, hasta la inesperada muerte de Williams en mayo de 1945, (curiosamente recién terminada la guerra). Y el otro con Freud del 3 de septiembre de 1939, en la recreación literaria de la obra teatral citada, que en realidad nunca tuvo lugar.

¿Cuál es el nexo de unión de dos pensadores tan diferentes en sus construcciones intelectuales?. Las concepciones del mundo de uno y otro nada tienen que ver, pero sí su trayectoria personal y académica en la voluntad incólume de ambos por esforzarse en conocer y saber la naturaleza y el destino de la condición humana en todas sus manifestaciones, ya sea trascendente en Lewis o contingente en Freud.

Para Freud el hombre está sujeto a múltiples impulsos y deseos conscientes y sobre todo inconscientes, todo fenómeno psíquico tiene una causa somática, siempre en conflicto patente o larvado el cual no resulta posible dominar o sublimar ni siquiera por la voluntad, por tanto no es posible la libertad. Los sueños nos ofrecen una imagen cifrada y onírica de placeres reprimidos que hay que interpretar y sacar a la luz con objeto de liberarlos al menos parcialmente para restablecer cierto orden vital, el cual en el mejor de los casos será ficticio y transitorio. En el fondo de todo está la angustia existencial y la culpa ante la imposibilidad de restaurar el paraíso perdido de la infancia o el disfrute espontáneo de los placeres reprimidos. La moral no es más que una construcción subjetiva sin validez universal o una convención corrosiva impuesta por la sociedad para controlar las conductas y garantizar la consecución de sus fines, entre ellos los principales, los económicos (aquí coincidencias con el marxismo), sin más objetivo que la prohibición enervante de las emociones y los impulsos instintivos, lo más auténticamente humano incluso más que el ejercicio de la razón. No hay libertad, no hay responsabilidad, no existe el bien o el mal. Es cierto que es difícil discernir el pensamiento de Freud del desarrollo posterior por sus discípulos no siempre en la misma línea. Al final de su vida Freud matizó sus posiciones, sin alterar el núcleo de su pensamiento, llegando a considerar la primacía del intelecto sobre los impulsos, eso si «lejos, muy lejos», decía, pero «se puede ser optimista con respecto al futuro de la Humanidad»…

Por su parte C S Lewis vivio desde una perspectiva cristiana; los seres humanos han sido creados para participar de la condición divina pero las acciones que nos permitirían disfrutar espontáneamente del gozo y felicidad aquí en la Tierra no son posibles a causa de los diferentes obstáculos que nos impiden vivir el destino para el cual hemos sido creados, ya sea el mal en nosotros o en los demás, y siempre como consecuencia de la libertad ejercida por el hombre al margen o directamente en contra de Dios. La Historia de la Salvación consiste en volver a participar en la vida divina tras la intervención directa de Dios en el mundo y en la Historia al asumir Jesucristo,  la condición humana con la Encarnación permitiendo así la Redención de la Humanidad, una Nueva Alianza, concesión otorgada al hombre por la gracia de Dios. Es la historia de un mito, pero esta vez hecho realidad, Dios viviendo entre los hombres como acontecimiento histórico en un lugar y en un momento determinado. En consecuencia la realidad de la vida humana está inconclusa, está por hacer, por cumplir su vocación y destino espiritual y siempre en libertad, hasta el punto que el hombre puede decir no a Dios..

Cada hombre o mujer en su desenvolvimiento vital  puede asumir o no esta nueva Revelación, el plan divino reservado para el o ella. Pero en todo caso no puede renunciar a una condición humana que estructuralmente está sujeta a unos principios o valores objetivos asentados en la dignidad del hombre como parte indisoluble,  presentes en todas las religiones y doctrinas éticas a lo largo de toda la historia (el Tao que analiza Lewis en el libro La abolición del hombre). Es ineludible la existencia de una moral que evite que el hombre sea un esclavo de sí mismo, de sus impulsos y emociones internas pero también de convenciones y usos sociales enervantes de su yo personal y auténtico. Las respuestas a las que puede acogerse y optar son múltiples, basten unos ejemplos: la perspectiva espiritual a través de las distintas manifestaciones  religiosas no solo cristiana; la ética clásica griega madurada por Aristóteles mediante el ejercicio de la virtud, donde hábitos y disposiciones modelan el carácter frente a los excesos, un término medio en busca de la felicidad; o bien la actitud estoica que pretende adecuación de la voluntad al orden del mundo según una razón inmanente al mismo, a través  del sosiego y la templanza se acepta lo que nos depare el destino (el viejo carpe diem); o el imperativo categórico formal y autónomo de Kant, la obediencia por puro respeto al deber con la primacía de la voluntad; o la singular experiencia del silencio ético de Wittgenstein, “lo que no puede decirse” es lo que debemos hacer, como si la verdad inefable no pudiera ser expresada a través del lenguaje, nos abre así una puerta al Misterio…

Caminos diferentes pero a partir de ahí, desde un diálogo abierto a la verdad, surgen las grandes preguntas que ambos intelectuales, en su encuentro imaginario,  van desgranando y respondiendo según sus convicciones:

  1. a) Si Dios es Bueno y ha creado el mundo, ¿por qué el mundo ha salido tan mal?. El universo nos parece injusto y cruel y en todo caso distante, frio, inane y ajeno al destino humano. Pero decir que una cosa carece de sentido implica afirmar que hay algo que tiene sentido, salvo que sea una mera idea subjetiva del que la piensa, solo producto de sus impulsos y sensaciones sin una razón, una ética o moral objetiva que lo avale. Pero entonces no tendría sentido hablar de injusticia o crueldad, (de hecho para Hitler, Stalin o Pol Pot sus significados parecen ser muy distintos a los «nuestros»).

  1. b) En el mundo existe el mal porque hay libertad. Pero la libertad no define la bondad o maldad del acto, únicamente elige entre opciones, ¿de dónde viene el concepto de mal? ¿qué distingue que una cosa sea buena o mala? ¿tienen el mismo «valor»?.  El común de los mortales, la gente sencilla tiene la convicción  que no debería ser así, reaccionamos ante la injusticia; el Bien «nos parece» que es mejor que el Mal. Entonces debe haber un patrón de Bondad, ¿no sería el Mal una privación, una disminución de lo que está Bien?. En consecuencia el Mal implicaría que debe ser rectificado lo que nos lleva a su vez al Juicio Moral. Volvemos al principio ¿no destruye la Moralidad la individualidad? Pero resulta difícil imaginar una vida sin ella.

c) Seguimos expuestos a la existencia del mal, las calamidades, los desastres naturales, las enfermedades, la crueldad, las angustias, el sufrimiento de los animales, la pobreza, las convulsiones sociales, las necesidades humanas de todo tipo… y sobre todo la muerte, la extinción definitiva de nuestro ser y los seres queridos, ¿qué podemos hacer?, ¿qué sentido tiene la existencia o vivir así?, ¿por qué todo esto; la Creación o el Big Bang o la doctrina de la Evolución… y por qué no la Nada?.

d) ¿Es el hombre un simple cúmulo de sensaciones,  percepciones, pensamientos o emociones, una estructura biológica ya programada de genes determinada desde su nacimiento? Tendríamos que desechar al sujeto, al yo consciente de su libertad y con deseo y voluntad para forjarse una vocación y un destino personal, pero el hecho de renunciar o asumir esa condición “impuesta” resulta contradictorio con cualquier determinación previa, siempre la paradoja de la libertad, pensar que no se es libre es ya serlo.

Basta cuestionarse y plantear las preguntas y asumir que ya el hacerlas es una respuesta que enaltece la condición humana. Y en eso consiste el hipotético encuentro entre C S Lewis y Sigmund Freud como hombres de su tiempo, plantean las grandes incógnitas que nos acechan, porque son inevitables, aunque ambos consideren que la filosofía o concepción del otro  este en abierta contradicción con la suya y no haya conciliación o mixtificación posible, no obstante surgen en un mundo donde el debate intelectual era posible y deseable y se alentaba como único medio de alcanzar respuestas, aunque no las haya o no sepamos cómo encontrarlas al menos todavía … la película es una muestra gratificante de ello.

Según las biografías consultadas de Roger Lancelyn Green-Walter Hooper, A. N. Wilson y Alister Mac Graith el encuentro de Freud con Lewis nunca tuvo lugar. En la correspondencia del 3 y 10 septiembre de Lewis con su hermano Warnie confirma que estuvo en Londres el 31 de agosto en Stratford impartiendo una conferencia sobre Shaskepeare, tenía otra concertada para el día 1 de septiembre pero fue cancelada. Menciona la reincorporación al ejército de Warnie, la recepción de escolares evacuados en su casa en The Kilns Oxford para protegerlos de los bombardeos de Londres y una cita en el presidente del Magdalen George Stuart Gordon el 2 de septiembre en Oxford y otra con Charles Willliams cenando el día 7, que ya hemos mencionado, nada de Freud, pero ¿quién sabe?.

Las menciones de Lewis a Freud en su obra son numerosas pero específicamente solo dedica atención al psicoanálisis en dos ensayos, el primero en la colección de conferencias sobre doctrina cristiana radiadas en la BBC para el público en general (que le hizo muy popular),  luego transformadas en el libro «Mero Cristianismo» de 1942, en concreto una con el nombre «La moral y el psicoanálisis«, donde reconoce el valor crucial del descubrimiento del psicoanálisis para la medicina como técnica para corregir y sanar las anomalías mentales que el hombre padece pero expresa su abierta reticencia a la perspectiva filosófica general del mundo Freud y sus seguidores que considera en directa contradicción con el cristianismo. En todo caso tomar en consideración las peculiaridades mentales de una persona tiene trascendencia porque Dios no juzga a las personas por su estructura psíquica, somática o física sino por sus elecciones morales o lo que es lo mismo lo que el hombre hace o no hace dada sus circunstancias personales (incluyendo las condiciones biológicas y psicológicas), de ahí el mandato de Jesús «no juzguéis» …

El segundo es un escrito estrictamente académico «Psicoanálisis y crítica literaria» (1941); analiza la tesis de Freud sobre las motivaciones que inducen a la creación artística, alcanzar a través de la imaginación y la fantasía vertida en la obra el reconocimiento, la fama, riqueza, el poder, amor, sexo que uno desea y no logrado en la vida real, una vida imaginada creada a la medida de uno que sustituye a la auténtica, y cuando se alcance el deleite será secundario obteniendo  por vía de retorno en la estimación del lector o público al que se dirige, el cual también desea y vive esa vida a través de la imaginación de otro, el autor, podríamos decir una vida prestada. Sin duda esas motivaciones donde uno es el sujeto protagonista de sus fantasías y cuyo primer objetivo es satisfacer sus deseos más o menos egoístas sin transcender más allá de uno mismo existen y los experimentamos y gozamos todos los días, pero desde luego no son las únicas y no tiene sentido reducir la creación artística a la emulación de uno mismo o sus más íntimos deseos. Mas bien la creación artística, sea naturalista o forme parte del mundo de la fantasía, cuando es innovación y pretende ser original debe ir más allá, ser un medio para reconocer, valorar y ejecutar un bien o producto artístico que en sí mismo tiene la razón de su valor o estimación, incluso desconocido para él, razón por la cual se persigue, se consiga el alcanzarlo o no, se logre éxito, estimación o fama o no. No hay otro modo que la obra de arte trascienda al artista que la crea.

El siguiente punto es esencial en Freud, la interpretación de los sueños, las imágenes que soñamos tienen un significado oculto que podemos desentrañar como símbolos que representan cosas concretas del mundo real, (descifrados a través del lenguaje y el folklore) y que además son constantes e iguales para todos. C S Lewis se declara incompetente para dudar de la teoría de Freud como psicoanalista, pero desde un punto de vista estricto de la crítica literaria discute el alcance exclusivista de la interpretación que Freud realiza de los símbolos yendo más allá de un eventual dictamen analítico de una anomalía psíquica, atribuyéndose una capacidad de discernimiento irrefutable (casi como un nigromante) sobre lo que significa la percepción o uso de una imagen, término o cuando se hace una mera descripción, que siempre va a estar enmascarada bajo el verdadero y único sentido latente posible que el psicoanálisis le atribuye y dictamina, y que por supuesto el sujeto no tiene por qué conocer, no siendo más que un paciente o un sujeto pasivo.  Aún admitiendo como hecho fáctico «probado» las omnipresentes connotaciones sexuales del simbolismo el problema sería el monopolio de la interpretación y la presunción unilateral y exclusiva de lo que pensamos, creamos o soñamos. Llegar a conocer el «verdadero significado de nuestros deseos» nos puede producir desilusión, resulta que lo que deseamos no es realmente lo que deseamos, es otra cosa, inconsciente o no, haya o no inhibiciones involuntarias. No resulta suficientemente justificada la íntima decepción que puede producir al hombre conocer el significado simbólico de las eventuales pulsiones que tan bien se supone le definen, más aún cuando son deseadas.

Resulta curioso que sí hubo un encuentro con Freud, años atrás, en este caso con el escritor norteamericano Thorton Wilder, autor ya entonces de El puente de San Luis Rey y Our Town y premio Pulitzer (que además tenía la misma edad que Lewis). Segun relata el mismo se reunió con Freud el 14 de octubre de 1935 cuando este todavía vivía en su casa de Grinzing en Viena, apenas en una hora y media hablaron de muchas cosas, Freud fue generoso, conocía la obra de Wilder (aunque admite no gustarle a su último libro “El cielo es mi destino”) y hablaron de mitología, de historia de Roma, de su hija (parece siempre tema recurrente en el) y como no de religión, de los dioses y de Dios (el era judío de madre muy devota y el padre volteriano),   «no es un ilusión..», comentó, «es una realidad histórica… (e irónicamente), la solución a los problemas de amnesia de mis primeros cuatro años de  vida…» (renuncio a creer a lo ocho), «¿por qué preguntarse por Dios? … cuando mejor vivir entre los ciudadanos haciendo el bien…», dijo, en esto último al menos estaban todos de acuerdo.

         Ldo. Francisco Javier Alex Guzmán

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