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La ficción estimula nuestra imaginación sobre el quehacer jurídico, sobre los tipos de profesional, sus formas de trabajo, el modo de acercarse a los casos, la relación con el cliente y las partes, la reacción ante el devenir y los procesos, el éxito o el fracaso… El cine jurídico puede decirse que es ya una especialidad en el estudio de las técnicas de defensa, las tácticas de juicio y el enfoque emocional del comportamiento de jueces, abogados, fiscales, acusados y testigos, nos viene bien un poco de «vitaminas líricas» frente a la aridez tediosa de tanta lectura de doctrina y jurisprudencia. A veces conforman modelos idealizados a los que se aspira, en todo caso ejemplifican figuras más o menos realistas de los que sucede en el ámbito profesional jurídico y aún considerando la imposibilidad de extrapolar estilos procedimentales de otros países (especialmente anglosajones), es obvio que los principios de justicia en que se funda el Estado de Derecho se comparten en todo el orbe occidental.
Hay multitud de listas de las mejores películas sobre el Derecho; invariablemente siempre aparecen como indiscutibles en los primeros puestos Anatomía de un asesinato (Otto Premminger), Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan), El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, a las que habría que añadir la serie de películas del Juez Priest o El Joven Lincoln), Vencedores o vencidos (Stanley Kramer), Testigo de cargo (Billy Wilder) o Doce hombres si piedad (Sidney Lamet).
Aparte que todas ellas son icónicas por su calidad, cada uno puede tener sus preferencias, en todo caso las listas pueden diversificarse en subgéneros con sus variantes, podríamos diferenciar la temática jurídico militar así: Senderos de gloria (Stanley Kubrick), Algunos hombres buenos (Rob Reiner), Oppenheimer (Christopher Nolan); de asunto religioso-eclesiástico: Dies Irae y la Pasión de Juana de Arco (Theodor Dreyer), El nombre de la Rosa (Jean-Jacques Annaud), Un hombre para la eternidad (Fred Zinnemann), El proceso de Juana de Arco (Robert Bresson); sobre asuntos de familia como Kramer contra Kramer (Robert Benton), La costilla de Adán (George Cukor), Historia de un matrimonio (Noah Baumbach); o sobre responsabilidad civil sanitaria; Erin Brokovich (Steven Soderbergh), Veredicto final (Sidney Lamet) o El dilema (Michael Mann); o crimenes o thrillers como El clavo (Rafel Gil), El sargento negro (John Ford) o El proceso Paradine (Alfred Hitchcok)… son solo unos ejemplos.
Pero definir o deslindar una película en un género cinematográfico concreto no es siempre fácil, tampoco es relevante o esencial el hecho que en todas las películas mencionadas de alguna u otra forma intervenga un despacho de abogados, un juez o fiscal y se desarrolle en todo o parte en los estrados de un tribunal. Lo significativo es vislumbrar una perspectiva jurídica subyacente en el argumento o en el propósito de la trama, un conflicto entre personas, una necesidad de reaccionar ante un atropello o arbitrariedad, un derecho que debe ser protegido o bien, el mantenimiento de la paz o bienestar social ante un suceso o una acción violenta o revolucionaria, intereses en juego o defensa del orden donde el Derecho siempre algo que decir. Como en la vida misma bajo este criterio cualquier película tendría trascendencia jurídica, cierto pero lo relevante sería la intensidad de los elementos en juego.
El puente de los espías es una película del año 2015 dirigida por Steven Spielberg. En principio, como sugiere el título, se desarrolla en el contexto de la Guerra Fría. Pero en ella tenemos uno de los retratos más genuinos de un abogado del cine reciente, nobleza moral y entrega a la defensa de su cliente a la altura del mismísimo Atticus Finch. Una de las escenas de la película con el diálogo entre dos letrados negociando el alcance de la cobertura de un siniestro es toda una lección de la práctica del Derecho. El abogado, civilista, James B. Donovan recibe el encargo del Colegio de Abogados de Nueva York para ejercer como penalista la defensa letrada de un espía soviético, Rudolf Abel, capturado en Estados Unidos cuando desarrollaba una misión de recopilación de información sobre el proyecto de Los Alamos de la bomba atómica, y bajo acusación de condena de pena de muerte. El curso del procedimiento se centrará en la aplicación o no de la IV Enmienda de la Constitución Norteamericana, en concreto si el procedimiento entablado se puede considerar o no nulo (doctrina del fruto del árbol envenenado) al haberse obtenido las pruebas incriminatorias vulnerando la inviolabilidad del domicilio, sin autorización judicial previa, teniendo en cuenta que el acusado no es ciudadano americano. La película se desarrolla en 1957 y todavía la aplicación de la Declaración de los Derechos Humanos está en pañales.
Sin embargo la trama fundamental de la película no es solo jurídica. Un año más tarde en 1962 Donovan tendrá otra misión, viajar a Berlín y negociar el intercambio de su cliente el espía Rudolf Abel (Vilian Fisher en realidad) por otro prisionero norteamericano, Gary Powers, un aviador derribado en territorio ruso cuando desarrollaba también labores de espionaje. La paradoja como vemos tiene efecto boomerang, en una guerra fría donde todos usan las mismas armas violando sin contemplaciones el Derecho Internacional. Una vez más tendrá que mostrar todas sus habilidades de negociador y, mientras tanto, le acompañaremos transitando por Checkpoint Charlie o el puente Glienicke y …
La película se basa en un libro del propio James B. Donovan por hechos que sucedieron en realidad, que como siempre superan la ficción. Donovan era abogado y es cierto que fue elegido para la defensa de Abel, también que formaba parte de un prestigioso bufete en el sector de seguros en la gran manzana pero había algo más. Durante la II Guerra Mundial prestó sus servicios en la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) dirigida por mítico general William J. Donovan (Wild BIll) (la coincidencia del apellidos es casual). Se trataba de un Departamento creado por encargo y bajo órdenes directas del presidente Roosevelt y tras la guerra se transformaría en la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Nuestro abogado de seguros, primero teniente luego comandante Donovan formó parte del OSS y desempeñó como oficial jurídico importantes funciones, entre las más recordadas la elaboración en abril de 1945 de un informe donde trataba de analizar en qué supuestos los jerarcas nazis podrían ser juzgados por crímenes de guerra y contra la paz antes incluso que los aliados tomaran la decisión de juzgarlos, la guerra en Europa terminaría apenas un mes después. Ya cuando se iniciaron los procesos de Nuremberg participó activamente en el círculo del fiscal-jefe de la delegación norteamericana en Nuremberg, Robert H. Jackson. Donovan tuvo un papel crucial, fue el encargado de preparar y exponer todas las pruebas visuales, fotográficas y documentales de los campos de concentración y exterminio que se proyectaron como prueba de cargo durante las sesiones del juicio. Y como curiosidad trabajó mano a mano con quien rodó y montó ese material, el mítico cineasta John Ford que también estuvo presente en Nuremberg, cómo no filmando el desarrollo del juicio. Donovan también fue candidato al senado por el partido demócrata, no obtuvo la elección pero continuó trabajando con el gobierno esta vez de Kennedy; con su talento negociador consiguió en 1961 la liberación y la repatriación a Estados Unidos de miles de combatientes atrapados en Cuba tras el desastre de la Bahía de Cochinos. Como vemos el cine es una escuela de realidad.
A veces el objeto de la película trasciende la trama y el argumento, es como si fuera un mundo en sí mismo, no se trata de un relato sobre el devenir de unos protagonistas y de lo que les ocurre sino el retrato de toda una época de una sociedad, de un país determinado. Ver una película supone viajar en el tiempo, y la experiencia puede ser tan fascinante como terrible. Y así comienza la saga del Doctor Mabuse del director Fritz Lang, el terrible ambiente de la sociedad alemana de entreguerras entre la caída de la República de Weymar y el nacimiento del nazismo de Hitler.
La primera película del ciclo es del año 1922, una película muda y por supuesto en blanco y negro llamada Doctor Mabuse, el jugador – el infierno de cuatro horas y media de duración, (aunque se puede ver en dos partes). El guion es del propio Lang y de Thea Von Harbou, su entonces esposa. Es difícil hacer una reseña del argumento, quizá resulte más ilustrativo que sea el escritor alemán, abogado y periodista Sebastian Haffner el cual en su biografía Historia de un alemán, se refiere a la época que la película refleja, que por otra parte fue testigo directo: «Por entonces a toda una generación de alemanes le fue arrancado un órgano emocional, un órgano que dota a las personas de estabilidad, de equilibrio, por supuesto también de gravedad y que, según la ocasión, se manifiesta en forma de conciencia, razón, experiencia, lealtad a unos principios, moral o devoción»…»En aquella época se propagó una frase hecha que decía: «Los traidores serán juzgados por un tribunal secreto». Y en las columnas de anuncios, junto a los carteles de «Se busca por robo» pegados por la policía había otros que denunciaban desapariciones y asesinatos. La gente desaparecía por decenas. Casi siempre se trataba de alguien relacionado con las «agrupaciones». Al cabo de unos años sus esqueletos fueron encontrados en los bosques próximos de Berlín o desenterrados en las cercanías…» «No había nada que pudiera servir de moneda con la que cubrir las necesidades básicas. Durante unos días el comercio se paralizó y la gente de los barrios más pobres, despojada de todo medio de pago, se sirvió de sus puños y saqueó las tiendas de comestibles. Una vez más el ambiente se había vuelto revolucionario.»
Este el mundo de Mabuse, pero ¿quién es el?. Es un mago, hipnotizador que seduce a las jóvenes ricas, un embaucador que estafa en el juego de cartas a sus oponentes en los mejores salones de Berlín, es un revolucionario que arenga a las masas al desorden, al pillaje y al saqueo, un mafioso, jefe del hampa con cientos de criminales a sus ordenes, un especulador financiero que hace saltar la Bolsa vendiendo y comprando acciones una y otra vez, un mendigo ciego que se esconde en las cloacas de Berlín recopilando información y secretos para chantaje, un rico potentado asiduo a los mejores hoteles y restaurantes codeándose con los poderosos a los que engaña, un alto ejecutivo dueño de numerosas empresas que crea y hunde a su antojo, un psiquiatra eminente con acceso a las mansiones más influyentes de Berlin atrayéndose sus voluntades, en fin un impostor que adopta mediante el disfraz y el maquillaje cualquier forma o apariencia de los más diversos tipos humanos. Es Mabuse, un jugador en el infierno, se oculta, asume múltiples personalidades con el único fin de manipular seres humanos y sus destinos, dominar el mundo destruyendo vidas, quebrantando conciencias mediante la coacción y el vicio, y una única aspiración… el ansia de poder. Es el epítome encarnado de una sociedad desenfrenada, cínica, decadente, la histeria diseminada por doquier, donde somos testigos de todos los crímenes posibles, el asesinato, la violación, el tráfico de drogas, estafas, coacciones, robos, caídas bursátiles provocadas, manipulaciones financieras, malversación, cohecho, es decir corrupción generalizada. Asistimos en imágenes al Mal sin aditamentos, el cual de otra forma ya retrató Hugh Benson en su novela «El señor del mundo», como también hará Charles Williams con los poderes maléficos personificados en su novela «Todas las almas» o C S Lewis en en “Esa horrible fuerza”, y por qué no el Sauron de Tolkien trasladado al Berlín de los años, una impostura del mito que a él no le gustaría…
Asistimos al universo de Mabuse, un demonio presente en nuestro mundo, suelto a sus anchas, sometiendo al hombre a todas las calamidades, mediatizado y controlado por un poder omnímodo que se cierne más allá de la conciencia moral, trascendiendo al mundo exterior al sujeto, actuando abiertamente sobre conductas, usos y vigencias, surge el culto al Mago, al Cínico, el Poder, el Dinero, al Sexo, alegorías de una vida humana simplificada reducida que ya no tiene valor en sí misma, ha dejado de existir en un mundo de demonios. El poder del Estado, el Derecho apenas ya puede hacer algo, las leyes no se cumplen porque nadie cree ni confía en ellas y en todo caso nadie las hace cumplir porque el sistema, los funcionarios están corrompidos hasta la médula…
Pero ¿dónde está la ley? No hay ley porque no existe sumisión a la norma, ni reconocimiento de la autoridad, ni asunción de valores superiores, de la decadencia se ha evolucionado a la nada, con patente peligro de la extinción del tiempo humano. Pero todavía hay una lucha, un combate en ciernes, un mundo en descomposición pero no perdido. La película es una distopía sobre una sociedad como la nuestra, desde la modernidad a la postmodernidad, una distopía de lo que puede pasar con un Derecho inoperante y una transmutación de los valores, no una simple degradación de las costumbres sino la evidente manifestación del peligro de destrucción de la condición humana y su transformación en otra cosa distinta y … aterradora. En la película el Bien reacciona, simbolizado en la Justicia, y como aviso a navegantes, Fritz Lang todavía confía en el poder del Estado que actúa , aunque sea in extremis, y a través de una persona concreta e individual, el fiscal Von Wenk , representante de la ley y el orden, individuo y sociedad unidos, haciendo valer el Derecho como principal garantía de la convivencia, los derechos de cada hombre y mujer y el respeto a las instituciones… el Dr Mabuse será capturado antes del colapso… pero apenas años más tarde en 1933 la realidad más opresiva se impondrá… un riesgo al que se expone la civilización si no está alerta… porque Mabuse no está muerto y reaparecerá …
Ldo. Francisco Javier Alex Guzmán.