Lecturas escogidas (I). El cuarto mandamiento.

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Los magnificos Ambersons.

«Vendonah» es «el que todo lo pisotea sin poder evitarlo». Era un guerrero indio, que era causa de malestar en toda su tribu. Discutía, peleaba sin respetar a sus mayores, desazonaba a las mujeres y escandalizaba a los niños con su actitud rebelde. Fue expulsado del grupo, en un atardecer lluvioso, repudiado, solo sin destino, vagando hacia los confines del desierto.

Pero Vendonah fue requerido de nuevo, cuando en las guerras indias muchos murieron y se necesitaban guerreros de estirpe, que dirigieran a su pueblo. Entonces » el que todo lo pisotea», redimido en su desgracia, enardeció con la herencia de su linaje y salvó, magnánimo, a su pueblo.

Lucy contó esta historia a su padre, Eugene Morgan, con una expresión serena y los ojos abiertos, como mirando hacia el infinito, con melancolía, y él silencioso de repente comprendió a su hija, conmovido y lleno de piedad por ella. La vio como un padre que no resiste el sufrimiento de una hija, pero al mismo tiempo, de alguna manera, le reprochaba internamente su tozudez, su persistencia por recuperar el pasado, su anhelo por salvar a quién perdió, al que quiso y no supo merecerla, que por alguna razón extraña todavía resistía en la esperanza de lograr hacerse digno de ella…»

El cuarto mandamiento es una película de Orson Welles, basada en la espléndida novela de Booth Tarkington, nos relata la historia de una tradicional y «aristocrática» saga familiar de Nueva York, los Amberson, en el tránsito del siglo XIX al XX teniendo como hilo conductor los profundos cambios sociales  de una América todavía con costumbres, valores y estructuras europeas a otra nueva América, la del progreso con la industrialización capitalista, que se consolidaría como la primera potencia mundial tras la I Guerra Mundial. «Ya no parecía natural a la gente conocer a sus vecinos y podía uno vivir pared por medio durante años con gente completamente desconocida -tal fue este el más notable cambio que los nuevos tiempos había traído-, y era posible dejar de ver durante un año a un amigo sin darse cuenta de ello.» (Hay una película de singular parecido,  la igualmente obra maestra La Edad de la Inocencia de Martin Scorsese, adaptación de otra magnifica novela, ésta, de Edith Wharton, la entrañable amiga de Henry James).

Lo más peculiar de la novela y de la película, de ahí el genio de Welles, aún siendo una película que fue literalmente mutilada y cortada en gran parte de su metraje tras su  fracaso comercial, (el montaje final ni siquiera es del director que abandonó el rodaje poco antes del final, sino de Robert Wise, que hizo lo que pudo, por otra parte otro maestro del cine) consiste en su puesta en escena como si de una tragedia griega se tratara, a los personajes los va precipitando el destino, un fatum de falsas convenciones, vanidad y orgullo, que sin embargo no llegan nunca a degradarlos,  todos conservan su condición personal estimable aún en sus mezquindades, mantienen su dignidad incólume aún entre las mayores de las desgracias; las maldades no son tales solo errores fatales, caídas del alma que se recompone aún con esquirlas clavadas,  siempre una esperanza aunque solo sea llena de melancolía por el tiempo pasado que nunca volverá.

En  una de las más enternecedoras manifestaciones de la redención y el perdón en el cine; George Minafer Amberson en una atmósfera de grises en penumbra, inmerso en un contraluz impresionista digno de Dreyer, de espaldas a la cámara, al espectador, no queriendo violar su intimidad,  el hijo pródigo cae arrodillado con las manos suplicando sobre la cama de su madre,  en una casa ya solo habitada por fantamas… «Perdón, madre¡ Perdón, Dios mio ¡ … pueden ciertos fenómenos perdurar físicamente, como indudablemente perduran en la memoria, cuando aquel espacio que hoy era el cuarto de su madre Isabel bien pudiera ocurrir que sus inquilinos advirtiesen algunas veces una extraña opresión, un desconcertante ahogo, recuerdo de la apasionada agonía que rodeado por aquellos muros sufrió George Minafer la última noche que pasó en casa de su madre” (El cuarto mandamiento Booth Tarkington).

Los desagravios por el daño causado incluso por los ajenos se compensan siempre con el sufrimiento. Uno de los rasgos del hombre de nuestra época es la imposibilidad para entender ni siquiera vislumbrar esta singular verdad que conforma la estructura empírica de ser humano, de las sociedades y las naciones  de todos los tiempos. «He llegado a la conclusión que si no puedo compensar a los que perjudiqué, tal vez, si lograra hacer algo por otra persona… que hasta cierto punto…mi deuda… mi obligación…

El sacrificio de George, tras la ruina de la familia, consistió en abandonar una incipiente y prometedora carrera de abogado… necesitaba dinero y como pasante no ganaba lo suficiente para mantenerse a si mismo y sobre todo sostener una vivienda digna a la condición y los caprichos de su anciana tía, criada como él entre algodones, aunque ella nunca lo supo. «He oído decir que existen ciertas profesiones algo peligrosas en las que se pagan sueldos muy altos… me refiero a lo que manejan sustancias químicas o explosivos…

 George Mínafer Amberson se había convertido en una persona solitaria, cuando no trabajaba deambulada paseando por las calles sin un itinerario fijo, con la mente perdida, imaginaba reconocer a la encantadora Lucy entre las viandantes con las que se cruzaba o las que entraban o salían de los coches o de las tiendas… ¿acaso no podría encontrarse con ella?, ¿si así fuera qué ocurriría? así un día y otro día … Hasta que así pensando, un coche lo atropelló…»…El destino tiene una afición desmesurada e incesante hacia lo incongruente….» No fue el peligro de lo explosivos ni los envolventes químicos los que le rescataron del abismo,  sino el recuerdo tierno y sincero de una predilección vital irrenunciable…

«¿Pero puede el insidioso paso del tiempo hacer olvidar los más cordiales afectos?»

Comentario a Los Magnificos Ambersons (Tod Darkington) y la película El cuarto mandamiento (Orson Welles).

Fdo. Francisco Javier Alex Guzmán.

 

 

 

 

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