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El oráculo de Balaam se menciona en el Libro de los Números (cap 22, 23 y 24). Un mago, el hijo de Beor, de la tierra de Petor en Aram-Naharaim, libre por un momento de sortilegios y maleficios, abre sus ojos ante Dios. Y vio lo que el Omnipotente le hizo ver. Siguiendo sus designios, bendice a un Pueblo errante que desde los márgenes del rio Jordán, desde las llanuras del Moab, espera la entrada en la Tierra Prometida. Los príncipes de Moab y su rey Balac, recelosos, lejos de acudir a su encuentro con pan y agua para ampararles tras un largo viaje, incitan al mago que maldiga a los israelitas, «pues sé que a quien tu bendices es bendito, y aquel a quien tú maldices es maldito». Pero Balaam sorprende a los moabitas proclamando que ante los hebreos guiados por Moisés su poder no alcanza; «no hay augures en Jacob, no hay adivinos en Israel», solo la voluntad Dios.
El destino de Balaam, el mago, será sin embargo la muerte, caerá bajo la espada de los israelitas en la batalla contra los madanitas, una de tantas de la conquista de la Tierra de promisión. Los magos son seres esquivos y contradictorios sometidos a fuerzas extrañas y poderosas, a veces benevolentes y otras maléficas, Moisés, sabedor de su condición tras los sucesos en el monte Peor, predijo su muerte; Balaam había cometido el mayor pecado posible para los hebreos, debilitado por la codicia, instigó a la mujeres moabitas para que sedujeran a los israelitas, que se abandonaron a la lujuria y la orgía, idolatrando al divino Quemos, traicionando su fe en el Dios único.
Los relatos de la Biblia nos conducen por senderos sinuosos, el misterio se esconde ante el hombre siempre suspicaz. Es muy posible que hasta el fin de los tiempos ningún descubrimiento histórico, científico o arqueológico o de cualquier tipo haga cambiar la condición religiosa errante de los seres humanos. Yerran los que piensan que la ciencia o la tecnología dará o quitará razón a la fe, siempre anhelante e insatisfecha como también lo es la razón, pese a sus afanes. En 1967 a la orilla este del Jordán, en Tell Deir Alla, en Transjordania se descubrió una inscripción que menciona al Balaam, hijo de Beor, se describe como «vidente» y data del siglo VIII o IX antes de Cristo…
Pero Balam anunció algo más, no para entonces sino para un futuro, quizá no muy lejano, se trata una estrella, una centella en el cielo que antes nunca había existido ni había sido vista, es el cetro de Israel, y la esperanza de un mundo nuevo. «Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel…» (Num 24,27). Está aún lejana pero cautelosamente se acerca en el tiempo, y algún día será guía evanescente de unos magos, de otros magos, tal vez de Oriente, quizá de Babilonia centro de la astronomía de las épocas remotas. Y estos magos viajarán por el desierto y alcanzarán una pequeña aldea, no muy lejos de las llanuras del Moab, en Belén, donde un niño Dios esperará sus regalos; oro, incienso y mirra…»
Se dice que hubo una conjunción astral de los planetas Júpiter, Saturno y Marte bajo el signo zodiacal de Piscis, en los años 7-6 antes de Cristo, considerada la verdadera fecha histórica de nacimiento de Jesús, (Johannes Kepler ya constató su parecido a lo acontecido en 1604, una supernova… y Friedrich Wieseler, de Gotinga, descubrió unas tablas cronológicas chinas donde se anotaban lo observado en el año 4 a. C. «había aparecido y se había visto durante mucho tiempo una estrella luminosa..). Es que una inquietud sobrecogía a los sabios, un misterio se cernía en lo astros, algo llamó la atención entre los buscadores de la verdad, Júpiter, «la estrella de la más alta divinidad de Babilonia, Marduk, se elevaba en el cielo con un mensaje cifrado, el lenguaje de la Creación, los cálculos numéricos astrales personificados en venida de un niño, en una aldea perdida de Palestina, en Belén… El Dios de Israel se sirve de los magos paganos para hacer cumplir sus designios, Balaam no era un caso único, eran numerosos en Mesopotamia los sabios dedicados al estudio de las estrellas , cuando la astrología y astronomía eran saberes hermanos y ambas buscaban el conocimiento de la realidad y no subvertirla para intereses espúreos y egoístas. Teurgia frente a Goetia, antes de que fuera prohibida por el Señor del Mundo. Para Gregorio Nacianceno en el momento que los Magos se postraron ante Jesús, la astrología había llegado a su fin. Los poderes divinos ancestrales personificados en los astros, los dioses de la antigüedad, cuando los cuerpos celestes decidían el destino de los hombres, se desvanecían; los caprichosos dioses demasiado humanos se pliegan a la fe sencilla en el Niño-Dios, aquel que será sacrificado para la redención de sus criaturas.
Ldo. F. J. A. Guzmán